El encargo consistía en generar una cafetería que invitara a permanecer, a un cambio de ritmo, desafío que genera un inmediato contraste al considerar los espacios de gran dimensión del edificio.

Se propone entonces un nuevo espacio que, siendo un espacio de encuentro común del edificio, con las mismas dimensiones originales, genera una quiebre en su atmósfera. Un lugar de destino y no de tránsito, tanto en su ubicación como en su escala. Se escoge un lugar de estanco, como final de un recorrido, al que se llega para quedarse.

A este espacio se accede por una gran mampara de cristal que se recoge como un velo, generando un cambio en la materialidad y en las dimensiones de sus elementos. Este cambio no es meramente formal, busca generar una nueva atmósfera, tanto con trazados a escala humana, como con un nuevo grano y textura de los materiales.